Akira Takizawa se despierta desnudo frente a la Casa Blanca sin recuerdos. Tiene una pistola y un teléfono móvil. No recuerda que el teléfono le da acceso a diez mil millones de yenes y a una mujer que le concederá cualquier petición. Ni siquiera recuerda que debe salvar Japón y que será asesinado si fracasa. Sea lo que sea en lo que se haya metido, Takizawa está metido hasta el cuello, y eso no es ni siquiera arañar la superficie.